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Las garritas

Las garritas
Por Jesús Vargas Valdés

Nadie lo había hecho notar, pero la verdad tenía que salir a flote, la gente de San Pedro Bonito era mitotera y muy dada a la chirinola. No era la primera vez que se hacía el escándalo colectivo a causa de una fantasía, tan solo por recordar un ejemplo de tal afición, en los años setentas se corrió como reguero la versión de que se habían visto unos seres diminutos que caminaban en dos pies, aunque eran diferentes a los seres humanos, empezando porque estaban cabezoncitos. Los habían visto primero en un rancho y después de unos días ya se había divulgado la nota de apariciones en más de una decena de poblados. Cada quien los describía a su manera, pero todos coincidían en que eran como “monitos”. En la prensa se les identificó simplemente como los “monigotes” de San Pedro Bonito. La nota rebasó los límites del estado y algún noticiero de la televisión llegó a recoger la información de primera mano, fue el momento de mayor especulación, toda la gente quería salir y cada quien le agregaba lo que se le ocurría. Después empezó a decaer la fama hasta que se olvidaron los monigotes.

José Castillo solo tenía 13 años, siempre se había distinguido en su familia por su propensión a la fantasía. Un día se encontró un mapache muerto en el patio de su casa, nunca había visto uno de esos animales y lo que más le llamó la atención fueron las patitas, que tenían la forma muy parecida a la mano de un ser humano. Inmediatamente se le ocurrió hacer una broma con sus amigos. Cortó una de las patitas y la puso en alcohol para que no se echara a perder mientras decidía la historia que iba a construir. Después de algunos días, cuando casi se había olvidado de la patita del mapache, escuchó en su casa que había salido un ratón adentro de una Coca Cola familiar, y como en ese momento estaba embarrando una porción de atún en una tira de galletas saladas, decidió el destino que le daría a la extremidad del mapache.

Al día siguiente se robó una lata de atún de la casa, la destapó con el abrelatas, retiró una porción con cuidado, acomodó en el fondo la patita cubriéndola un poco, dejando ver solamente los dedos con sus uñas. A la hora en que sabía que sus amigos estaban de holgazanes en la plaza, salió corriendo y haciendo una gritería. Se metió en medio de todos levantando la mano para que vieran lo que llevaba.

—¡Miren, miren lo que salió en el atún.

Haciendo escándalo les ponía casi en la nariz la lata. No le costó mucho trabajo convencerlos de que al servirse una porción se le había aparecido la patita.

—¡No seas mamón Josillo! –así le decían–, esta manita es de una muñeca, no es de carne.

Y en verdad se veía como una manita de muñeca porque después de varios días de estar inmersa en el alcohol se había deslavado, y además Josillo había tenido la ocurrencia de rasurarle los pelillos y cortar las garritas.

—¡No seas pendejo! –contestó Josillo– ¡Tócala, qué muñeca ni qué la verga! Todos se arremolinaron y después de tocar la “manita”, aceptaron que era de carne.  Josillo los había convencido.                                                    Ni tardos ni perezosos se fueron a sus casas y cada quien contó la historia a su manera; uno de ellos hasta subió el cuento en las redes sociales.

Al día siguiente todo San Pedro Bonito comentaba la nota, pero ya no era solamente la historia de la manita en el atún, todos afirmaban que era la mano de uno de los monigotes que se habían aparecido muchos años antes. A los dos días llegaron reporteros, fotógrafos y hasta los de la televisión. El cabrón Josillo era la estrella, todos le hacían preguntas y él repetía la historia como la había contado a sus amigos. Un profesor del CBTIS se presentó a ver el hallazgo y sin dudar aseguró que era una pata de mapache. Lo demostró llevando una que tenían en el laboratorio de la escuela, pero la gente no quedó conforme y durante mucho tiempo se siguió hablando de la manita del monigote; nadie quería que se acabara el gran mitote. Así es la gente de San Pedro, a ver con qué más van a salir uno de estos días.

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