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¡Voz y creación en libertad!

Somos un proyecto dedicado a la creación, investigación y pedagogía teatral.

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Necropsis

Necropsis
Por Joel H. Orozco González

– ¿Cuándo sucedió este accidente Gladis? – Preguntó el medico mientras revisaba las hojas que llevaba en sus manos.

-No sé, creo que hace una semana. Pero apenas ayer lo trajeron porque los peritos estaban examinando el cadáver. ¿No ha leído el periódico? – Exclamó la enfermera azorada.

-No señorita, no he tenido tiempo. Tengo muchos problemas como para distraerme. Primero déjeme resolver los propios y después trataré de poner atención a los demás. Y ¿Por qué traen el cadáver aquí?, si la autoridad ya lo analizó. Cuestionó el hombre.

-Porque quieren que los resultados sean correctos y que se haga otro examen pericial.

La mujer se detuvo en el prolongado pasillo, vio como se alejaba su compañero de trabajo. Tras aquella bata blanca se escondía una triste historia. Ella no entendía como un hombre en toda la extensión de la palabra tenía tantos embrollos familiares. Sabía que la vida privada del Doctor Arriaga, era un caos. Su esposa lo había engañado durante varios años y tenía la duda de que su hijo primogénito fuera de su sangre. Él se lo había contado un día en su oficina cuando lo encontró llorando, observando una fotografía de su familia. En ese momento ella había comprendido que las mujeres buenas tienen a su lado a un hombre que no las merece y, que los caballeros tienen damas que no les corresponden.

Antes de entrar al quirófano, el galeno se percató de que la chica había quedado atrás. Sintió su mirada.

-Gladis, ¿Por qué me mira de esa manera, acaso traigo mal la corbata o se siente incómoda? –

La chica se ruborizó y caminó apresuradamente hacia él. -No doctor, todo está bien. Lo que pasa es que aún no me acostumbro a trabajar en esto. –

-No se preocupe, con el paso del tiempo se adaptará. – Comentó el medico colocándose el cubre boca.

La enfermera silenciosamente colgó su abrigo, estaba temblando, sus labios secos denotaban nervios y sus ideas eran confusas. No sabía qué hacer y cómo moverse en ese silencio que caía a plomo. Las manecillas del reloj se escuchaban en toda la morgue. Su bolso mal colgado cayó, las monedas y llaves que traía hicieron un estrepitoso ruido, esto hizo que reaccionaran y se dieran cuenta de que aún faltaba mucho por hacer. El doctor se acercó para ayudarle a recoger sus cosas y se percató de que en la bolsa estaba un recorte de periódico.

-Un momento Gladis… Esa es la noticia del sujeto que vamos a examinar ¿Por qué la trae usted?

La chica volteó a ver los ojos de su interlocutor.

-…Sí doctor… es qué…el señor que asesinaron fue novio de mi abuela y en la noche de Tlatelolco la ayudó a escapar. ¿La quiere leer?

-Permítame por favor. Antes de empezar con la autopsia quiero saber algo de nuestro famoso difunto.

Cd. México a 2 de Octubre de 1982.

Encuentran el cadáver de José Antonio Ponce, uno de los presos y líderes políticos del conflicto estudiantil del año 1968. Se desconocen los motivos exactos de su muerte. Se presume que fue un suicidio por problemas matrimoniales.

Un escalofrió recorrió la médula de aquel hombre.

-Vaya manera de afrontar los problemas, murmuró Arriaga con una sonrisa.

La joven no supo qué hacer, notó que mientras él leía aquel texto sus ojos se cristalizaban y evocó aquel momento en el consultorio.

El medico prendió la luz del quirófano, era un lugar grande. Alrededor estaba cubierto de azulejos blancos, el olor a muerte enrarecía la atmósfera. En el centro de esa habitación se encontraba una mesa metálica y en ella el cadáver cubierto con una manta blanca.

Lentamente se acercaron, cada uno se colocó en un extremo del cuerpo. El lugar era tan frío que se podía mirar el vaho que producía su respiración.

– ¿Cómo se siente Gladis? Cuestionó el medico mirándola fijamente.

-Con un poco de calor. A pesar del ambiente.

La mujer observó detenidamente los instrumentos que iba a utilizar. Cogió el bisturí para tenerlo listo cuando su compañero lo pidiera.

Lentamente el doctor fue retirando la sábana. No podía creer lo que veía, era su mismo rostro, sus mismos labios, su mismo bigote. Sólo que ahora teñidos de sangre por la bala que había atravesado el cráneo.

-No. No puede ser. ¡Soy yo! Gritó el hombre con ímpetu. Desnudó el cuerpo y descubrió que en el torso tenía un lunar. Era igual, al que él tenía en su cuerpo.

La enfermera no sabía cómo controlar al Doctor Arriaga, quien agitadamente se movía por todos lados, gritaba, lloraba. La chica lo sujetó y le decía:

-Por favor, Doctor, reaccione, qué le pasa. ¡Doctor despierte! Fue lo último que escuchó.

El hombre se dio cuenta de que todo había sido un sueño. Sus ojos estaban cerrados, su cuerpo desnudo, empapado en sudor; sus manos temblorosas se aferraban a la cama. Sobre su frente sentía un líquido más espeso que del transpiraba. Sintió que alguien lentamente le retiró la sábana que lo cubría. Cuando su rostro estuvo descubierto abrió los ojos y se vio reflejado en los ojos de su otro yo que desde arriba lo miraban y, al lado de éste, una mujer con un bisturí lo observaba…

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